
Datos. Blackie Books, 2019; 222 pp.; ilust. de Levi Pinfold; trad. de Gemma Rovira; ISBN: 978-84-17552-16-9.
Sinopsis: Nick tiene un secreto. En el sótano de su casa suena una canción misteriosa. Y es mejor que nadie sepa de dónde sale esa música. Cada día en clase ve a Frank, una niña que también tiene un secreto. Se siente sola, pero no quiere contárselo a nadie. Una tarde, Nick descubrirá el secreto de Frank. Y ella, el de Nick. Pero todos los secretos entrañan peligros: en ese sótano hay ventanas que dan a otros mundos y seres que desean atravesarlas. Y solo Nick y Frank pueden detenerlos.
Fantasía poco real
Sin duda el autor tiene aciertos afortunados en la descripción del acoso, las reacciones y en algunas formas de decir..., ¡pero de ahí a ir de divo del género fantástico! ¿no será un poco pretencioso por su parte? (¿O por parte de su editor?)
Aunque no me veo capaz de juzgar su creatividad , si me atrevo a decir que la historia me resulta artificiosa, no es real. ¿Y cómo es que reclama usted realidad a un libro de fantasía?
En primer lugar la realidad no-fantástica (el mundo primario) que recrea está un tanto coja en lo que se refiere al mundo de los adultos: ¿hijos sensibles y perspicaces de unos padres romos e ingenuos?
Y luego, cuando pasamos al mundo fantástico, la historia y sobre todo los personajes, se pierden. Para que la fantasía sea arte -subcreación- es necesario “otorgar a las criaturas de ficción la consistencia interna de la realidad”. Y no. “Los malos” y la agente especial Jofolofski parecen sacados de alguna versión desechada de los Increibles y el curioso ser del sótano no acaba de arrancar. Casi lo que más me convence es la reaparición del gato…
Como asunto de fondo si que me ha resultado convincente como el darse a los demás aporta la madurez necesaria para superar con fortaleza los problemas. Sin justificar a ningún acosador, pienso que hay situaciones que empeoran vertiginosamente por enterrar a la otra parte en un naufragio de irrealidad e impotencia. Anestesiando su libertad. Protegiéndole hasta hacerle daño.
En fin. La idea me parece buena,... o mejor dicho “la imaginación”. Porque no es lo mismo pensar que imaginar. Las ideas sin un discurso intelectual, son figuraciones que se le representan a uno al mesarse las barbas.