
Datos: Editorial Literatura Random House. 240 págs. ISBN: 9788439734123. Traducido del italiano por César Palma Hunt. Premios Strega en Italia y Médicis como mejor novela extranjera en Francia
Sinopsis: Pietro es un chico de ciudad, solitario y un poco hosco, que veranea en los Alpes italianos. Bruno es hijo de un albañil de la zona, alguien que solo conoce los montes y que pastorea las vacas de su tío. Tienen apenas once años y un mundo entero les separa. Pero, verano tras verano, forjan una profunda amistad mientras Bruno inicia a Pietro en los secretos de la montaña. Juntos exploran y descubren casas abandonadas, glaciares y escarpados senderos hasta que, con los años, sus caminos toman rumbos distintos.
Esa misma naturaleza salvaje es la pasión que mueve al padre de Pietro, un hombre envuelto en la melancolía de una Milán gris que solo puede abandonar durante los veranos. La montaña se convierte entonces en el mejor lenguaje para comunicarse con su hijo, un legado que solo el tiempo conseguirá poner en valor.
El tufillo autorreferencial alcanza la cota alpina.
Mira que a mi me va el tema y me identifico bastante con ese espíritu, a la vez contemplativo y a la vez agreste. Pero me parece evidente hasta lo doloroso la miopía vital.
Duele ver gente que se queda a las puertas de la transcendencia y no se arriesga a atravesarlas. El miedo a perder la comodidad que precariamente les ampara les paraliza.
Todas las formas de amor que practican -de pareja, de amistad, de padres e hijos- son de corto recorrido. En realidad no se dan de verdad. Se dan, pero al poco están ya poniéndose el termómetro de la felicidad. El objetivo es sentirse bien. No el otro. No es un regalo, es un intercambio comercial.
Regularmente, verano tras verano, el aparato editorial nos regala con alguna historia de fracasados primorosamente redactada: El jilguero, El bar de las grandes esperanzas, Años salvajes… y ahora, Las ocho montañas...
Pobre gente. Su búsqueda es una propagación errante que rebota en los espejos de la habitación interior. Quizá su desgracia es no haberse encontrado con alguien auténtico que desde el otro lado le tienda una mano (hominem non habeo). Quizá aún sea tiempo. Ojalá.