
Datos: Barcelona: La Galera, 2004, 15ª impr.; 160 pp.; col. La Galera-grumetes; ilust. de Ted Coconis; trad. de María Juncal Acín; ISBN: 84-246-8609-8.
Sinopsis: Sara vive, confusa, la inestabilidad e insatisfacción de sus catorce años. Le resulta difícil aceptarse a sí misma, a su familia, a sus compañeros. Durante unas vacaciones, su hermano Charlie, disminuido psíquico, se pierde en el bosque, completamente hechizado por la belleza de unos cisnes. Durante la búsqueda del hermano perdido, Sara se sentirá cambiar interiormente.
Salir para ver
Comentario: Es evidente que no sólo necesitamos a los demás para ser felices sino para simplemente ver. Para vernos a nosotros mismos con realismo. Para ver a los demás como son. Y aunque tengamos a mano la puerta para salir de lo que nos contraría y desespera, no la atravesamos hasta que algo inesperado y doloroso nos empuja fuera. Y entonces descubrimos asombrados que todo era un invento del yo. Que cada vez nos enterrábamos más y más en nuestra aversión. Que las manos que nos tendían no era para agredirnos sino para ayudarnos…
Y entonces llegan luz y paz (aunque sea en pequeñas dosis):
“Sara no lograba entender por qué se sentía tan bien de pronto. Era un enigma. El día anterior se había sentido muy triste. Le hubiera gustado poder huir de todo (...) ahora ya no seguía deseándolo” (página 141)
No llega al dramatismo del “Crash” de Paul Haggis, ni falta que hace. Pero lo que sí nos enseñan las historias como Crash es que un mínimo de bagaje interior es necesario para llegara a algún sitio, para que nuestra reacción ante las crisis sea de crecimiento y no de derrumbe. O no se quede en un mero ¡ah, caí en la cuenta! Quizá por eso la buena de Sara, a sus ya no pocos catorce añazos, no ve mucho más allá de la fiesta de Bennie Hoffman. O sí. Pero me quedo con las ganas de saber que pasará al sábado siguiente cuando llegue su padre...
Hecho de menos un poco más perdón y gracias. Un poco más sólo.
Supongo que es por todo esto que cuando pasa el tiempo uno cae en la cuenta de que los zarandeos de la vida son favores de la providencia y que “para el aroma nocturno del jazmín no hay alambradas”... si te dejas.