
Sinopsis: Siglo XI, El caballero del Cid narra la historia del joven Efrén, hijo ilegítimo de un normando y una mora, desde sus oscuros orígenes hasta el momento en que es armado caballero y combate en las mesnadas del Cid. Los primeros años del protagonista transcurren en tierras de Cáceres, pobladas por personas que se dedican a ganarse la vida como vendedores de noticias -es decir, espías-, tanto al servicio de árabes como de cristianos. Cuando la celestinesca mujer que le recogió de recién nacido lo vende a un visir granadino, Efrén comienza una nueva vida repleta de aventuras. Su primer maestro es un anciano árabe de quien aprende el arte de la cetrería y con quien comparte el secreto de un fabuloso tesoro escondido. Ya de regreso a su tierra, sabe granjearse las simpatías del Cid y sus caballeros, quienes le adiestran en el manejo de las armas. Unos monjes le instruyen en las letras, pero el amor lo conocerá tras los muros de Granada. El caballero del Cid, novela con toda la frescura de los romances fronterizos y de las primeras novelas artúricas, transportará al lector a aquel tiempo en que Europa era aún tan joven que el más grande de los héroes épicos hacía un alto en su guerrear para propiciar que la historia de amor del más gentil de sus caballeros tuviera un alegre final.
¡Comprenderlo todo es perdonarlo todo!
No es esta la única novela en la que el autor le saca sabiduría y gracia a unos diálogos bien armados en un castellano bastante rico, con cierto saborcillo a antiguo, pero muy asequible.
Me gusta esta sensación de esperanza que queda la final. Creo que es porque los protagonistas de este autor, como mucha gente normal, encuentran un motivo para sobreponerse a sus miserias. Reconocen sus debilidades y piden ayuda.
Es muy de agradecer ese punto de simpatía y humanidad que tienen los personajes de Olaizola. Incluso la perversión, el drama o el dolor quedan enmarcadas en cierta atmósfera de serenidad que da quien está dispuesto a comprender al otro...
Comprenderlo todo es perdonarlo todo... Incluso a ti, Tolstói, viejo león, te perdonamos que no lo comprendas todo... ¿N'est pas ça, Marbury?