
Datos: Valencia: Pre-Textos, 2011; 138 pp.; col. Narrativa contemporánea; ISBN: 978-84-15297-23-9.
Sinopsis: Escenas de niñez del autor, un chico guatemalteco de familia muy acomodada y muy cosmopolita, que se desarrollan a finales de los años setenta y principios de los ochenta, y todas ellas antes de que cumpla diez años. Aunque queda claro que la redacción es posterior, el narrador intenta recuperar la visión del niño que va descubriendo el mundo propio de los adultos y las vidas, tan distintas a la suya, que llevan otras personas.
Comentario:
TENER RESPUESTAS
Pues si, ensimismamiento acurrucado.
¿Por qué mañana nunca lo terminaban de hablar? pues porque no tenían claro que contarse. Mejor dicho, porque no estaban convencidos. Porque hay preguntas que no puedes responder a medias, y menos a alguien que quieres, si pospones el enfrentarte tú a las preguntas que cuestionan cuál es el sentido de la vida.
Y así el vacío transmite vacío…
Tener respuestas. Perseguir la sana inquietud de buscar respuestas. De afianzar las verdades íntimas de mi vida en las que se apoya la esperanza. Eso produce muchas cosa saludables para la felicidad y da la capacidad de tener respuestas que nos permitan orientar la felicidad de los que amamos.
...
Pues me da que viene a cuento lo de Pereda:
“Bien considerado este suceso, era de esperarse más tarde o más temprano... y, francamente, preferible es que haya ocurrido ahora... Digo que era de esperar, porque donde no hay temor de Dios, no caben obras más cuerdas; y bien sabes tú cómo anda la religión en esa casta. Cierto que su padre, aunque hereje, va arrastrando la vida sosegadamente; pero esto puede consistir en que el aislamiento en que vive le pone a cubierto de las desazones con que se prueba el temple de las almas. Además, según mis noticias, las herejías del padre son tortas y pan pintado comparadas con la incredulidad de que se jactaba el hijo... Y eso tenía que suceder por la fuerza misma de las cosas. De tal palo, tal astilla. De un tibio y descuidado en materia de fe nace un volteriano como el doctor Peñarrubia; de un volteriano, un ateo que pierde los estribos al menor contratiempo, y se vuelve loco, o se quita la vida, que tanto monta... Y en su lógica obran muy racionalmente: muerto el perro, se acabó la rabia... pues mato el perro. En cuanto a los tontos que en el mundo dejan tales sabios llorando su criminal locura, ¿qué vale eso? Quien no acierta a conocer a Dios en toda su vida, ¿cómo ha de fijarse en semejantes pequeñeces en el momento de cometer la heroicidad?... No faltan desventurados que la aplauden..., y hasta la imitan; y a ello hay que atenerse. ¡Admirable raza para regenerar el viejo mundo! ¡Admirable seso el de los hombres que se desviven por echar hacia ese abismo las corrientes de las ideas!” (JOSÉ MARÍA PEREDA. De tal palo tal astilla. Capítulo 31)
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