
Datos: Ed: Jus, 2017; 224 pp.; trad. de Pere Gil; ISBN: 978-6079409715
Sinopsis: La noche del 2 al 3 de enero de 1864 la goleta Grafton naufragó en las costas de la isla Auckland, situada 300 millas náuticas al sur de Nueva Zelanda. Los cinco integrantes de la tripulación consiguieron llegar a tierra, pero enseguida se vieron abocados a sobrevivir en un lugar deshabitado y hostil. Durante los veinte meses en que se vieron obligados a convivir en aquel páramo, François Édouard Raynal, uno de los cinco náufragos, se fue revelando como el arquitecto, herrero, sastre, consejero y legislador del infortunado grupo de náufragos. Gracias a su sensatez y al buen carácter de sus compañeros, este naufragio se convirtió en un insólito ejemplo de convivencia humana en condiciones límite.
Aristocracia y Mac Gyver. (Esta si que es una historia real)
“For scientific discovery give me Scott; for speed and efficiency of travel give me Amundsen; but when disaster strikes and all hope is gone, get down on your knees and pray for Shackleton.” Sir Raymond Priestly, Antarctic Explorer and Geologist.
Hace ya unos años un brillante adolescente en busca de rumbo que estaba leyendo Robinson Crusoe me preguntó : "¿Oiga, este libro va sobre la Providencia no...?" Le animé a seguir leyendo así.
Hay un algo grande y profundo en las historias de náufragos que te arranca lo provisional y te percute hasta la médula de tus convicciones.
Desde Arión de Lesbos hasta Mark Watney, desde Pablo de Tarso hasta Henri Guillaumet, todas las grandes historias de náufragos tienen en común un hombre interior que emerge y se debate, que quiere ser mejor y estar a la altura de su linaje.
Reconozco que he disfrutado con los detalles de la supervivencia diaria de estos hombres, sus ingenios, su perspicacia. Pero al acabar el libro y dejar pasar unos días te asalta inexorablemente la pregunta final. ¿Qué tenían estos hombres que hizo que ellos perseveraran y otros sucumbieran?
Evidentemente algunos de ellos eran hábiles hombres de recursos, otros poseían una fortaleza fuera de lo común. Pero eso sólo no es suficiente. Ni siquiera Mac Gyver hubiera sido Mac Gyver sin su principios, sin cierta nobleza interior que encauzara su acción y -sobretodo- su reacción.
El factor determinante es esa aristocracia del espíritu que te impele hacia lo bello, lo verdadero y lo bueno.
Supongo que esa es la pasta de la que están hechos los líderes, eso debió de atisbarlo Raymond Priestley cuando se refería a Shackleton.